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Huey Cíhuatl
 
Ella se acuesta a dormir y entre sueños alcanza a vislumbrar la historia de su vida: una mujer: ella y muchas más: la juventud, el galanteo, el primer amor, el matrimonio, el duelo, el dolor y tras eso ¿que?
A veces la frustración, a veces el olvido y a veces el encuentro consigo misma. Esa es una de las variantes, pero no la única. "¿Hablas la lengua de los moctezumas?" te interrumpió bruscamente un soldado, dirigiéndosé a tí en maya cuando conversabas con una mujer que molía maíz. "Es la lengua de mis padres", contestaste, "no la he olvidado".
El blanco que hablaba maya dió una órden y te condujeron ante el gran capitán. Un rato antes habías notado que uno de ellos, dispuesto para vigilarlas, te observaba detenidamente. Habías viajado junto con otras veinte mujeres en las naves luego de que Tabzcoob las obsequiara como esclavas, después de una batalla en que los blancos habían demostrado ser invencibles. El gran capitán las había repartido entre sus tropas, las había hecho bautizar y te habían cambiado el nombre: de Malitzin a Marina.
Juana Ramírez de Asbaje llora frente al espero. De súbito se arranca la gorra y sus largos cabellos oscuros le caen sobre los hombros. A pesar del chaquetín, de los gregüescos, de las calzas y de las zapatillas -disfraz que se había puesto para ir a la Universidad- no había logrado su propósito: todo le había servido para maldita la cosa. "Ridículo" había comentado su madre. "¿Por qué fuí mujer?", contestas indignada. "¿Por qué no puedo estudiar?" Porque mujer que sabe latín... le habían respondido. Ser madre, ser hija, he ahí el dilema: como te ves me ví, como me ves te verás. Por eso tomaste unas tijeras y te empezaste a cortar el cabello, mismo que horas antes habías tratado de ocultaren vano acomodándotelo en un tocado bajo una boina (Detente sombra de mi bien esquivo) jurándote a tí misma renunciar a tu nombre, a tu sexo, a tu voluntad, a tu entendimiento. ¿Podrías renunciar a más? "¿Para qué quiero mechas en una cabeza hueca?" Igual a tí mucho tiempo después, otra mujer se hará fotografiar como hombre y como monja. Parece un señorito, casi un joto, de traje, chaleco, corbata, la mano derecha en uno de los bolsillos del pantalón, la pierna flexionada, el rostro serio, peinada de raya en medio junto a toda la familia, el brazo izquierdo apoyado en el hombro de su tío. Vestida como monja se ve sentada en una silla, con una especie desayal elegante, bordado de dos corazones invertidos en el centro del pecho . Las manos sobre el regazo deteniendo unos libros que parecen de liturgia, las piernas pudorosamente colocadas, los dos pies sobre el piso, mujer decente, uno delante del otro, los zapatos de tacón grueso y medias de popotillo. La manga larga, el cuello alto, discreto, la falda ribeteada en el extremo por una cinta, debajo de la rodilla (Este que ves engaño colorido). Ella tiene la misma mirada que tú: Como si pudiera mirar más allá de donde pone la vista para penetrar al centro de las cosas. Esas greñas fueron tu única protesta ante los males del amor... Por que así es, las mujeres se cortan el cabello para manifestar su silencio, su perdón, su olvido... ¿Ya sabes que hablan mal de tí? "Yo no soy la Malinche, Malinche es él. Yo soy Malitzin fue como nací. ¿Quién habla mal de mí?" Ellos, los mexicanos, hijos de indígenas y de españoles, madre indígena, padre español.
Pero si no eres mexicana, le solían reclamar porque su padre era judío de orígen húngaro. "¿Cómo que no? Mamé la leche indígena como tú, como nosotros, como los hijos de la Malinche.Como mi padre trataba mal a las indias, de donde venimos tú y yo, Pues que me hago Comunista". Te convertiste en la palabra, en el verbo: en la voz que todos entendían, en la intercesora, en la protectora, en la que suavizaba las órdenes del capitán. Pensaste que huías de tí, que refugiándose en Dios podrías vencer al sosegado silencio de los libros pero te equivocaste como se equivocan los amantes cuando se juran no volverse a ver nunca, já, jamás, más: (Yo no puedo tenerte ni dejarte). Tomaste los hábitos. Leíste sobre Dios buscando la iluminación. Te convertiste en monja, te apartaste del mundo,de los libros, de tus amores (¿hay amor más fuerte que el de los libros?) pero recaíste. ¿Fueron en efecto los libros los que te hicieron abrazar los hábitos o fue que te habías enamorado? (Cuando mi error y tu vileza veo). "¡Qué ganas de tener un hijo contigo!", le gritaste al pintor con cara de sapo, obeso y parsimonioso que caminaba frunciendo el fundillo y con las rodillas juntas. El Imperio será nuestro: tuyo y mío, te confía él. Escribir, escribir, escribir. Ser religiosa y profesar las letras.¿Podría ser un remedio para el amor? Pero decepcionada como estaba, ¿cómo tener ánimo para escribir? Empezaste a pintar durante la convalecencia que te dejó en cama durante casi un año. Clemente vió tus cuadros, le gustaron. Luego llegó él "El Sapo" tu hombre. Y empezaste a ser tú ¡Qué importa si son guapos! Los pueblos se quejan ante tí de los despojos y humillaciones. Pero te enamoraste. Tu palabra se convertiría en guerra.Sin que te des cuenta "El Piochitas" Trotsky, mete una carta en el libro "Padres e hijos" de Turgeniev y te lo da delante de Natalia y Diego. Se trataba de una declaración un poco ceremoniosa pero lo principal es que te hablaba de amor. Naciaste para ser deseada por los hombres, aunque no eras bonita. "¡Los hombres, pobres pendejos! Creen que se enamoran de las bonitas cuando lo que anhelan es que les roben el alma, no el cuerpo. Y es que las mujeres saben mentir mejor que los hombres o tal vez tienen una mayor capacidad par aguardar secretos, intimidades, para vivir hacia adentro. ¡Una mujer que renuncia al matrimonio! ¿qué le ocurre? Solterona, Quedada, Lesbiana. ¿Era tu único camino? ¡Claro que nó! Y entonces defiendes lo mejor que tienes, lo que amas. Te lo recriminan. ¡Y qué! Le has dado un hijo, te lo arrebatan lo envían a España. Él se deshace de tí te entrega a otro, cree que casándose con una noble lo reivindicará con el rey en la Corte. Vestida de largo, de almartigón y chongo, de tehuana, para que no se te viera la pata chueca, la del accidente y para que se te notara lo mexicana hasta las cachas, lo mal hablada, como presumiste siempre, y hasta tu suerte también te resultó lépera. Y es que todas las mujeres somos como esponjas, succionamos de nuestros hombres amor, talento, seguridad, dolor, semen... Pero estabas completamente sola, sin el gran bebé, gordo y ojón, perverso. Y todo el mundo te preguntaba, ¿cómo lo puedes amar si está tan feo? ¡Está maldito! Pícara, ligera, fácil, casquivana... Mujeres, bellas o no. ¡Qué carajos nos importa Hollywood y su invención de lo que debemos de ser! Estás hecha de tierra y de maíz, de carne y de sangre, de mar y de luna, de fuego al viento, tundra, paloma por los aires; morirás antes de los veintitrés, tal vez a los cuarenta y cuatro o a los cuarenta y ocho, y quién sabe, tal vez vivirás hasta los setenta u ochenta años ¡Qué más dá! Pero morirás tratando de alcanzar el firmamento para convertirte en constelación, en volcán, en montaña, en musa, en palabra, en imágen, en lienzo, en heroína, en solterona, en amante, en madre, en abandonada, en puta, en cadáver, en sombra en polvo, en nada... para que al fín y al cabo puedas recuperarte y despertar después de tanta vuelta.


Relato extraído de: "Después del Amor" Hernán Lara Zavala